Esta es una leyenda popular de la ciudad de Monterrey, Nuevo León.
En 1949 en el barrio Topo Chico acostumbraban reunirse dos hermanos y su primo para jugar en el Cerro del Topo. Un sábado por la mañana pidieron permiso para hacer uno más de sus paseos pero su padre no se los dio ya que pensaba que corrían peligro, aunque finalmente, la madre accedió y les permitió ir.
Llegó la noche y los niños no regresaban, pasaron días sin que los padres tuvieran noticias de ellos, hasta que al décimo el padre desesperado compró el periódico y se llevó una gran sorpresa al ver que en la primera página se informaba el hallazgo de unos restos humanos que habían sido encontrados en un cañón del cerro al que los niños habían ido.
El descubrimiento fue hecho por un pastor de 13 años. Una chamarra de gamuza fue la que ayudó a identificar a uno de los niños, a pesar de que nunca se supo la verdadera causa de su muerte, con la información de las autoridades se supo que el lugar era utilizado como campo de entrenamiento de soldados y que posiblemente de forma accidental habrían dejado algunas granadas que los jóvenes pudieron activar.
Cuenta la gente que habita cerca del lugar que cuando reina el silencio se escuchan, provenientes del cerro, risas de niños así como el ruido de disparos y granadas de los soldados que allí entrenaban en la época.