PLUMAS OPUS 94
Nota
Orfeo ed Euridice de Christoph Willibald von Gluck en el Gran Teatre del Liceu

He de confesar que, durante mis años de alumna de grado musical, la época barroca fue tratada sin la profundidad necesaria para comprenderla a detalle; tanto para mí como para la mayoría de mis compañeros, la música de este periodo se centraba solamente en Bach, su prolífica descendencia, y unos cuantos compositores coetáneos a él.
Así que por un largo rato viví en la penumbra en relación al vasto arte creado durante este tiempo. Y que esta confesión quede como un secreto entre nos, querida audiencia, porque admitir que se tiene poco -o nulo- conocimiento de un tema en específico, no es a bien una característica presumible para una musicóloga; podemos presumir muchas cosas, pero jamás que ignoramos algo.
Pero ese es tema para otra ocasión.
Afortunadamente, ese agujero negro en mi formación académica se vio llenado gracias a mis propias investigaciones y varios cursos y diplomados que he tomado en los últimos años; uno de éstos, enfocado a la ópera con un especialista del tema y en el cual la música barroca sí que sería abordada a fondo. Como parte del programa, aparecía un título de un compositor que me sonaba familiar pero que desconocía: Orfeo ed Euridice de Christoph Willibald von Gluck (1714–1787), (por favor, no olvide enfatizar el von, porque don Gluck alardeaba orgulloso por todos lados esta distinción caballeresca desde que la recibió en 1756).
Independientemente de mi fascinación quasi obsesiva con la tragedia mitológica de Orfeo y la manera tan deliciosamente perversa que tienen los dioses de jugar con las debilidades humanas en la historia, la única ópera con este nombre que yo conocía era la de papá Monteverdi, así que paré las orejas lo más alto posible para no perderme de nada en la sesión dedicada a mi cuate don Gluck.
De esta ópera en tres actos existen dos versiones: la italiana, Orfeo ed Euridice, estrenada en el Burgtheater de Viena en 1762, y la francesa, Orphée et Eurydice, estrenada en la Ópera de París en 1774. Existe una enorme diferencia entre ambas dado que, entre la primera y la segunda, don Gluck lanzó al mundo una reforma operística en formato de prólogo de su Alceste de 1769 en el que criticaba y exigía control a los compositores y los cantantes porque estaban echando a perder la bonita tradición lírica. Y en este punto, queridas y queridos, me permito hacer un comercial: si quieren saber más de la música de don Gluck así como de su reforma operística, les recomiendo que ya que están en este portal leyendo mi reseña, aprovechen para ir a la sección del programa Compás Libre y busquen La Obertura y Los Bailes de don Juan para que les echen una oreja.
Regresando al tema, la historia de la ópera se mantiene prácticamente igual en ambas versiones: Orfeo, hombre guapo que ha conquistado al mundo con su lira, se casa con su amada Eurídice, pero el gusto le dura muy poco porque ella muere por la picadura de una serpiente. Orfeo, incapaz de permanecer en este asqueroso mundo sin su amada, viaja al inframundo y con la ayuda del Amor, convence a los dioses de poder regresar a la vida junto a Euridice. Su deseo es concedido con la única condición de no mirarla en el camino de regreso; obviamente, Orfeo falla esta única prueba a la que es sometido porque Eurídice sufre al darse cuenta que él no la mira, y cuando voltea hacia ella, ésta se desvanece por completo. Ni modo, Eurídice, no te tocaba.
Al final, Amor ayuda a Orfeo a recuperar a Eurídice y todos son felices comiendo perdices.
Fin.
Hasta aquí, yo ya llevo palomeadas dos cuestiones: uno, ya domino bastante bien la música del barroco más allá del señor de las Fugas, y dos, ya conozco bastante las óperas de Gluck. Y hasta hace unas semanas, lo único que me faltaba era lo más imprescindible: escuchar al Orfeo en vivo.
Aquí entra un problema causado por el frágil panorama musical en México en el que el canon operístico aún se encuentra maltratado por el uso excesivo y reiterado de los mismos títulos de siempre, que ni vale la pena seguir mencionando, -y ni se diga del enorme repertorio de la ópera mexicana, muerta del asco por tantos años de olvido y que apenas comienza a ser rescatada-. En todos mis años viviendo en México, el Orfeo probablemente se ha de haber presentado un par de ocasiones y hasta ahí.
Ahora que estoy viviendo en Barcelona, mi musicóloga metiche interior brincó de gusto al enterarse que este título se presentaría el pasado junio en el Gran Teatre del Liceu con la Freiburger Barockorchester bajo el palito de director del mismísimo Rene Jacobs. No me la podía creer, y para mí, era imperativo asistir.
Aunque la función fue en su versión concierto, déjenme les digo que cada minuto de mi vida invertido en ese tiempo y espacio valió totalmente la pena, y ahora mismo les contaré porqué.
Para empezar, el sonido de la orquesta fue impecable, completamente fiel a todas y cada una de las notas dispuestas en la partitura. La dirección de Jacobs fue inmejorable; sentado en su silla se mantuvo sencillo, directo, ecuánime, sin exageraciones ni faramallas. Mi compita René iba a lo que iba y supo exprimir a todos y cada uno de los instrumentos para lograr momentos increíbles llenos de melodías, texturas, colores y sabores.
Como Orfeo, se estrenó en este lugar Helena Rasker y les anticipo que su presencia fue fascinante, así como su coloratura, su intensidad y hasta su bello traje blanco que combinó perfectamente con su cabellera clara. Eurídice se manifestó con la voz de Polina Pastirchak y Giulia Semenzato nos regaló a un Amor grácil, expresivo y juguetón. El Rias Kammerchor pigmentó divinamente el panorama melódico en cada una de sus intervenciones corales y la conjunción de éstos, más la suma de todos los demás componentes, nos regalaron una tarde verdaderamente mágica y musical.
En el primer acto, cuando Orfeo baja al inframundo, unas Furias lo abaten agresivas, -claro, son Furias, están molestas-. En este punto de la obra, la música es impactante, soberbia, los violines interpretan unos trémulos enérgicos que transmiten perfectamente el aire violento causado por las Furias y créanme que la ejecución de todo el ensamble para escenificar este momento fue magnífica. Todos parejos, todos intensos, todos llenando todo el recinto de furia musical. Unos minutos después, la orquesta paró por completo y Mara Galassi se quedó unos instantes tocando unos arpeggios al arpa. Al momento de tocar las últimas notas, quién sabe cómo le hizo para que las cuerdas se mantuvieran tocando unos armónicos al aire sin que existiese contacto entre sus manos y el instrumento. Usted no está para saberlo pero yo sí estoy para contarle que todos, absolutamente todos, nos quedamos escuchando pasmados y boquiabiertos. Esos armónicos han sido uno de los sonidos más bellos que he escuchado en todas mis vidas.
A estas alturas de la obra, nos sacaron para que nos diera el aire mientras todos se preparaban para la segunda parte del evento. Estoy consciente que la ópera tiene tres actos, pero dado que estaba presentándose en su versión concierto, sólo se dividió en dos.
Una vez que regresamos, la música de Gluck y el libreto de Ranieri de’ Calzabigi, nos narraron muy bonito cuando Orfeo va por Eurídice y trata de regresar con ella al mundo de los vivos. Las melodías se mantienen finas, sutiles, directas y cada uno de los elementos musicales embonaron perfectamente con la evolución del drama. El coro participó activamente en el desarrollo de la historia, así como en la narrativa, y el desenvolvimiento vocal de Helena, así como el de Polina en todos los duetos fueron fantásticos, emotivos y conmovedores.
Hasta este momento, Helena me había cautivado por su timbre y el manejo del personaje que había logrado sostener, pero debo admitir que su versión de “Che farò senza Euridice”, el aria que Orfeo canta cuando vuelve a perder a Euridice, me dejó, y nos dejó a todos, bastante conmovidos. Señoras y señores, yo ya andaba buscando quien me prestara un pañuelo para las lágrimas.
Una vez que en la historia Amor ayuda a Orfeo a recuperar a Euridice, la orquesta creó un final sinfónico bastante grueso y envolvente. En el drama, Orfeo agradece y le canta a la Piedad mientras el coro lo acompaña y Amor se incorpora a la melodía. Finalmente, el Amor triunfa, todos cantan, todos son felices y todos son bendecidos, incluyéndome a mí, que salí del lugar con una enorme sonrisa, extasiada y maravillada por todo el licuado de emociones y sensaciones que tuve la oportunidad de vivir.
Así que ahora puedo decir que ya tengo las tres palomitas: conozco el barroco, las óperas de Gluck y ya pude ver a su Orfeo en vivo.
Antes de llegar al punto final de este escrito, quiero agradecer el apoyo de Joana Lladó y el Gran Teatre del Liceu por las facilidades que me fueron otorgadas para la realización de esta reseña.
Para saber más...

Excelente crónica y que afortunada por presenciarlo solo te recomiendo revises tu sintaxis para un texto como la obra de Don Gluck…pleno y redondo.