Este neoyorquino de nombre Leonard Albert Kravitz, es uno de los artistas tocados por la varita mágica del virtuosismo más plural. Es actor, compositor, multi-instrumentista y productor, se desenvuelve como pez en el agua en estilos tan diversos como: blues, rock, soul, funk, reggae, hard rock o folk. Además de cantante, toca la guitarra, el bajo, la batería, los teclados y la percusión en sus grabaciones de estudio.
Nacido en 1964, este hijo del judío ucraniano productor del noticiero de la NBC, Sy Kravitz, quien fuera un promotor de jazz y amigo de Duke Ellington, Ella Fitzgerald, Miles Davis y otros grandes del género y de la actriz de origen bahamés Roxie Roer se crió absorbiendo el soul de la Motown y el rock clásico.
Comenzó su andadura artística llamándose Romeo Blue, muy influenciado por Prince, pero las discográficas le decían: “su música no es ni lo suficientemente negra, ni lo bastante blanca”. Después de un tiempo, abandona ese look y busca inspiración en los grandes rockeros de los 70, como: Led Zeppelin, Queen o Jimi Hendrix. Entonces es cuando la discográfica Virgin se fija en él y edita su primer álbum en 1989, Let Love Rule, consiguiendo el primer éxito en Estados Unidos, la mayoría de los álbumes posteriores alcanzaron el platino. En 1991, su “Mama Said” hacía evidentes sus influencias, desde Led Zeppelin (“Always On The Run”) hasta Curtis Mayfield (“It Ain´t Over ´Til It´s Over”). Su “Are You Gonna Go My Way” de 1993, ampliamente considerado como su mejor álbum, catapultó a Kravitz a los grandes estadios.
Pero sería el álbum de 1998, 5, el que daría lugar a su mayor éxito, “Fly Away”, que llegaría al número uno en el Reino Unido en febrero de 1999.
“Fly Away” es el cuarto sencillo de su álbum 5, la canción fue un éxito en EE.UU. y en Europa, sobre todo en el Reino Unido. Está acompañada de una historia confusa sobre el momento de su inspiración, hay fuentes que dictan que es cierto y otras que no.
Por lo visto, cuando tenía siete años, Lenny tuvo una vivencia relacionada con sus raíces judías. Fue a una fiesta del Janucá, con una prima suya que llevaba una botella de Manischewitz (una marca de vino elaborado según las leyes religiosas del judaísmo), se la apretaron entre pecho y espalda en un hueco de las escaleras del templo, después de haber comido kosher (apto). Con los efectos provocados por lo consumido, comenzó a tararear una melodía: “fly, fly, fly”, quería volar. Por suerte para Lenny, le volvió a la mente en un sueño febril a los pocos días. Al final todo le salió bien, en el Janucá recibió el mejor regalo de todos: un éxito garantizado.
El hecho de que sus detractores destacaran, en ese momento de gloria, que sonaba como Jimi Hendrix pero no tan bien, resultó emblemático en toda su controvertida carrera. “He sido comparado con cientos de artistas, lo que solo sirve para demostrar que en realidad no soy nada.” Eso afirmó Lenny Kravitz.
Kravitz también se labró una carrera de éxito como productor, a cargo de grabaciones tan diversas como las de Chicago, Mick Jagger y Lionel Richie.