Ya se habrá dado cuenta que los seres humanos desarrollamos una predilección (casi adicción) por la comida picante. La comida mexicana no es la única que venera el chile, otras culturas alrededor del mundo también disfrutan comiendo picante. Indios, coreanos, japoneses y peruanos son algunos pueblos donde el picor es necesario para el paladar.
Por eso, muchos vivimos preguntándonos: ¿por qué tantas personas disfrutan comiendo picante, a pesar del suplicio que puede representar para el estómago y otras partes del cuerpo?
Aunque no lo crea, amamos el chile porque produce en el cerebro una sensación similar a la de una droga. Parece una locura ¿no? Ahí le va.
A diferencia de lo que sucede con la acidez del limón o la dulzura del azúcar, el ardor que produce el picante no es un sabor, se trata de una sensación. De hecho, nuestras papilas gustativas ni siquiera están equipadas para detectar especias picantes. ¡Pero eso sí, resultan muy efectivas percibiendo las sensaciones de quemazón!
Esta sensación de ardor que producen los alimentos picantes se debe a la presencia de compuestos denominados “capsaicinoides”. Cuando ingerimos estos compuestos, hacemos creer al cerebro que el organismo experimenta un intenso calor. De hecho, la liberación de sudor tras ingerir comida muy picante es parte de los mecanismos que emplea nuestro cerebro para intentar “enfriarnos”.
La parte placentera de ingerir picante se debe precisamente a esa sensación de calor intenso evaluada erróneamente. Pues para aliviar el “intenso dolor” que supuestamente experimenta el cuerpo, nuestro cerebro secreta neurotransmisores llamados endorfinas, sustancias famosas por el «efecto analgésico natural» también conocidas como “las hormonas de la felicidad”.
¡Es por eso que nos encanta el chile! Por cierto ¿Cuál es su chile favorito?