Bien dicen que si quieres demostrar algo, lo tienes que probar primero contigo mismo. Algo así hacía el famoso físico Isaac Neewton; uno de los mayores científicos de toda la Historia.
Días de encierro autoimpuesto, dibujos intricados, cuadernos inaccesibles, una aguja en el ojo: así era el quehacer científico de Isaac Newton.
En una semana normal, Isaac Newton podía olvidarse de comer y no dormir por días seguidos o hasta picarse los ojos. Se encerraba en su laboratorio por horas, y podría incluso no salir hasta días después. Descuidado y sucio, pasaba incansables espacios de tiempo trazando dibujos complejos.
A pesar del despiste generalizado con el que se conducía en la vida diaria, Isaac Newton fue descrito en diversas ocasiones como un hombre metódico y dispuesto a todo con tal de comprobar sus teorías.
No era poco común que Newton llevara a cabo sus experimentos sobre sí mismo. En una ocasión, mientras investigaba el comportamiento de la luz en el ojo humano, decidió mirar al sol directamente por horas y quedó ciego por unos días.
En otra ocasión estaba estudiando la naturaleza del color y la percepción del ojo y decidió ver —literalmente— qué pasaba si introducía una aguja en su globo ocular.
De esta forma, introdujo una aguja delgada hasta la córnea de su ojo. Una vez que estaba dentro, a pesar del dolor, se quedó viendo directamente al sol para comprobar si había algún tipo de cambio en su visión de los colores en el entorno.
Después de un espacio extendido de tiempo, se dio cuenta de que no había ningún efecto diferente. Se encerró en un cuarto oscuro y, en sus manuscritos personales, dio por terminado el experimento señalando lo siguiente: “Decepcionantes resultados”