Cada 2 de noviembre, los panteones se visten de luces, con las veladoras chorreantes de parafina multicolor que alumbran el lugar donde yace el ser querido.
El paisaje se tiñe de amarillo encendido con la flor de cempasúchil, que se confunden con el terciopelo efervescente de las flores guindas y el blanco vaporoso de las nubecillas…
Caravanas de dolientes apostados en derredor de las tumbas, realizan un ritual que se repite todos los años: ya limpian y pulen la losa, ya ofrecer flores frescas y multicolores, ya comen, beben y cantan a la salud del difunto…
Y todo esto, con la esperanza de que su ánima se haga presente y goce con las ofrendas que le disponen aquel día…
Desde tiempo inmemorial, el camposanto ha provocado versos y música que forman parte de nuestra herencia lírica…
La muerte para el mexicano, es también motivo de regocijo, aunque su verdadera concepción se basa en el aspecto religioso. Y es que los cánones católicos desde la implantación del día de muertos, dieron como patrón el luto y la constricción espiritual.
Pero nuestro pueblo, siempre dispuesto a ganarle a la “pelona”, ha hecho de ella una artesanía colorida en barro, dulce y papel de china.
Tradición que desde el siglo pasado los cartoneros de Guanajuato, Puebla y el Estado de México, han convertido en una muestra más del culto del mexicano hacia la muerte.
De todos estos extraordinarios artesanos, solamente quedan en activo una pocas familias de Celaya, Guanajuato, y en el Distrito Federal: la familia Linares.
Pero el “amor” del mexicano hacia la muerte, no es ni ha sido exclusivo de la gente del pueblo.
Este apego también lo tuvieron en su tiempo, el grabador Manuel Manilla y posteriormente el célebre José Guadalupe Posada.
Desde luego, fue él, quien retomando la tradición de Manilla, llegó al corazón del pueblo de México por su interesante forma de manifestar a la muerte.
Para el mexicano, la muerte está manifiesta en todos los órdenes de su existencia: “yo muero donde quiera”… “no vale nada la vida”… “qué me importa la muerte si para morir nací”.
Por esa razón, la convierte en rito, en fiesta, en algarabía, y la trasforma en versos y cuartetas plagadas de burla y sarcasmo, como aquella que dice: “¿En qué quedamos, pelona, me llevas o no me llevas?”
Ilustración: arreglo de Jesús Flores y Escalante (octubre de 2012).