Texto Cecilia Kühne
Casi por terminar el mes de agosto de 1883 los habitantes del puerto de Mazatlán fueron testigos de cómo un vapor de matrícula inglesa, el Newborn, procedente de La Paz, Baja California fondeaba la bahía. Sabían que en ese barco viajaban los 80 artistas de la Compañía de Opera Italiana y que la soprano Ángela Peralta, máxima estrella del canto mexicano estaba a bordo.
El Ayuntamiento porteño- según la crónica del periódico El Sinaloense de Mazatlán, del 23 de agosto — había aprobado los gastos necesarios para recibir a tan fulgurante estrella, nombrando una comisión para darle la bienvenida y anunciado a todo el pueblo mazatleco la muy feliz noticia. Entre incesantes vivas, flores lanzadas al aire y gritos jubilosos se entonó el himno nacional.
La crónica del periódico de aquel día decía:
“Con gran dificultad pudo la comitiva abrirse paso entre la multitud que invadía el muelle, ansiosa de conocer a la artista de tanto renombre. Por fin llegan al sitio donde esperaban los carruajes y al que ocupó la Peralta con la comisión municipal, le fueron quitados los caballos por un grupo de admiradores, quienes tiraron de él y llevaron en triunfo a la diva, seguida por la música y la multitud hasta el Hotel Iturbide, donde se le tenía preparado el alojamiento. Allí fueron los brindis y los agasajos, y la Peralta salió al balcón y saludó al pueblo que se agrupaba al frente del edificio, siendo calurosamente vitoreada.”
Nadie lo sospechaba. Pero sería la última vez que la cantante, conocida mundialmente como el Ruiseñor Mexicano, escucharía los aplausos de su público.
María de los Ángeles Manuela Tranquilina Cirila Efrena Peralta Castera, nació en la Ciudad de México en el año de 1845, dentro de una familia de origen muy modesto. Desde muy pequeña demostró estar dotada de una voz privilegiada. Tan notable y hermosa que, cuando a los ocho años cantó la cavatina del Belisario de Gaetano Donizetti se ganó la admiración de todos las que la oyeron y una beca para estudiar en el Conservatorio Nacional de Música. Después fue alumna de Agustín Balderas, miembro del jurado del Concurso para musicalizar el Himno Nacional, y su talento estalló. A los 15 años debutó en el Gran Teatro Nacional, interpretando a Leonora de El Trovador de Verdi y su padre, convencido de que su hija estaba destinada a grandes cosas, la acompañó a Europa para que se perfeccionara en la escena. Se instaló en Italia donde interpretó los principales papeles femeninos del bel canto y recibió las enseñanzas de Pietro Lampertti. La leyenda de la mejor soprano del mundo comenzaría a escribirse cuando el 13 de mayo de 1862, la Peralta hizo historia. En una función memorable en el Teatro de la Scala de Milán donde interpretó Lucia de Lammermoor salió 32 veces a escena para agradecer las ovaciones.
A partir de aquella presentación apoteósica las giras se sucedieron una tras otra: Turín, Lisboa, Alejandría, Génova, Nápoles, San Petersburgo, Madrid y Barcelona disfrutaron de la voz de la soprano. Fue en España que recibió el título de “Ruiseñor Mexicano”, con el que la posteridad la conoció. De regreso a América, Ángela Peralta actuó ante los públicos de Nueva York y La Habana y, gracias a la grandeza de su fama, recibió la invitación de Maximiliano de Habsburgo para regresar a su patria y cantar frente a los emperadores Llegó a México en 1865, recibió una extraordinaria acogida, pero por la situación política que vivía el país –enfrascado en la lucha contra la intervención francesa y el imperio de Maximiliano- se ganó también algunos enemigos ilustres como Ignacio Manuel Altamirano que, siendo un republicano convencido, no le mostró mucha simpatía ni en crónicas y ni en artículos.
A partir del fusilamiento de Maximiliano en 1867, Ángela Peralta inició nueva gira por otras tierras: en Roma y Madrid, triunfó de nuevo con Aída y La Bohemia y estrenó obras de su autoría en las que reflejaba su formación europea, pero también expresaba el amor que tenía por su país, ejemplo de ello fueron la galopa México, la danza Un recuerdo a mi patria, la fantasía Nostalgia, el vals Adiós a México, la fantasía Pensando en ti, la romanza Margarita, y las melodías Sara y Lejos de ti .Su carrera se estancó por problemas de amor y familiares pero no sería por mucho tiempo. De la pena extrajo fuerzas y pudo formar su propia compañía. Con ella regresó a México con la decisión de recorrer el país y acercarse de nuevo a su público. Recuperada y luminosa, tuvo mucho éxito durante un par de años, hasta que llegó a Mazatlán.
Nadie le comunicó a la soprano que en este puerto se había propagado una epidemia de la fiebre amarilla y al día siguiente de su llegada, dirigiendo el ensayo para la representación de Aída, ópera con la que debería hacer su debut en aquel puerto, comenzó a sentirse mal. La función, que estaba programada para esa misma noche fue cancelada y muchos de los artistas comenzaron a caer atacados de la enfermedad. El 26 de agosto contó la prensa que de los 80 miembros que integraban la Compañía, solo quedaban con vida dos. Ángela Peralta murió, también, rodeada de historias legendarias el 30 de agosto de ese 1883, sin poder cantar en las fiestas de septiembre. Eventualmente, y después de larga travesía, los restos de aquel Ruiseñor Mexicano, fueron trasladados a la Rotonda de las Personas Ilustres de la Ciudad de México. Desde ahí su recuerdo todavía nos canta.