Por Cecilia Kühne
¿Va usted a volar, don Chico? – Seguro, respondió. – ¿Y . . . llegará lejos, don Chico? – Lejísimo. – ¿Y de altura, don Chico? – Altísimo. – ¿Al cielo llegará, don Chico? – Al cielo mismo. La cara de aquel que preguntaba se iluminó: – Por vida suya, don Chico, llévele al cielo éste queso a mi mamá que se murió con el antojo
Don Chico que vuela, Eraclio Zepeda
Novelista, poeta, dramaturgo, cuentista, promotor de la cultura, y profesor universitario Eraclio Zepeda, nacido en Chipas en marzo de 1937, se convirtió en uno de esos hombres cuya voz siempre resonaba y se quedaba. Más allá de los timbres y los tonos o de tener un acento delator de su tierra, encantaba escucharlo, primero porque era un gran conversador; después, porque podía decir verdades de escándalo o tristeza con un sentido del humor incomparable. Nada que ver con el sarcasmo amargo. Más bien con la franca carcajada. Y también porque sus palabras iban ascendiendo de rango: el chiste, el albur, la anécdota, la frase célebre, la palabra culta, el verso comprometido y el cuento de prosa definitiva.
De la escuela militar a la militancia, de las rimas infantiles chiapanecas a las juguetonas metáforas de sus relatos, Zepeda recorrió, sencilla y coloridamente cada camino que lo apasionó. Casi siempre escribiendo, leyendo en voz alta, libros propios y ajenos, o jugando a la opinión escandalosa. Pero también dando clases y reuniendo ideologías y talentos compatibles. Viajero, como Don Chico -que vuela-, y narrador de su tierra –como Rosario Castellanos y Juan Rulfo- llegó a vivir a la Ciudad de México, estudió la preparatoria militarizada–donde formó un grupo de estudios marxistas- y estudió Antropología Social.
Sus trabajos y ocupaciones varias lo llevarían a dar clases en la Universidad de Oriente, a ser corresponsal de La voz de México en La Unión Soviética y a mostrar cómo era un profesor mexicano en la República Popular China por su trabajo en el Instituto de Lenguas Extranjeras de Pekín. Pero regresaría como siempre lo hizo: fue Director General de Radio UNAM y Embajador de México ante la UNESCO. Y no se resistió a reflejarse en el sofisticado y encantador sofisma de la escena: fue actor en la película en Reed, México insurgente, de Paul Leduc interpretando el papel de Pancho Villa; también en Campanas Rojas, de Serguei Bondarchuk, representando al mismo y revolucionario personaje, y también apareció en la cinta De tripas corazón, de Fernando Urrutia.
Sin embargo, puede que una de sus mejores intervenciones en la vida literaria de México haya sido el grupo La Espiga Amotinada. También título de un primer libro en el que cinco jóvenes poetas: Juan Bañuelos , Óscar Oliva , Jaime Augusto Shelley, Jaime Labastida y el mismo Eraclio Zepeda escribieron poesía impecable y disidente, siendo la primera antología en 1960 de la que toman su nombre y una segunda obra también antológica, cinco años más tarde, Ocupación de la palabra. Estos cinco poetas todavía son un sólido referente de nuestra mejor poesía. El grupo se declaró en contra de todo aquello que no quisiera atender al corazón de los hombres. (Y, como dice un estudio del grupo de La Espiga, la historia ha demostrado, tristemente, que la poesía muy difícilmente cambia el mundo).
Eraclio Zepeda murió el 17 de septiembre de 2015 en plena madrugada y en su casa de Tuxtla Gutiérrez. Para rendirle homenaje habría que recomendar leer alguno de sus libros como Benzulul, El tiempo y el agua, La espiga amotinada y Tocar el fuego.
Quizá decir a los que pregunten que recibió una medalla conmemorativa del Instituto Nacional Indigenista y también el Premio Xavier Villaurrutia. Que en 2012, la Academia Mexicana de la Lengua lo eligió académico correspondiente en Tuxtla Gutiérrez y hace un año la silla se quedó vacía. Y, para los que se impresionan con los reconocimientos de la Patria, que en el año 2014, recibió la Medalla Belisario Domínguez. Muchas palabras, recuerdos y consejas quedarán para todos sus lectores, amores y amigos. Pero mejor, una de sus frases más famosas: “Escribir no es tan dramático ni tan extraordinario. Es un oficio, como el de un zapatero.”