Por Mario Leyva Escante
El día 25 de agosto de 1899 nació en la ciudad de Oaxaca el pintor Rufino Tamayo, personaje fundamental en las artes plásticas de México y Latinoamérica, reconocido a nivel internacional, al lado de las grandes figuras de la pintura mexicana del siglo XX, Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, miembros relevantes de la Escuela Mexicana de Pintura, un movimiento que floreció en el período comprendido entre las dos guerras mundiales. La obra de Tamayo, sin embargo, se diferencia de los contenidos expuestos por los llamados “tres grandes”.
El propósito artístico de Tamayo fue integrar plásticamente en sus obras la herencia precolombina autóctona, combinada con las tendencias artísticas contemporáneas que prevalecían en aquellos años en Europa, todo lo contrario de la Escuela Mexicana de Pintura que pretendía mantener una propuesta estética diferente de los parámetros europeos.
El maestro Tamayo fue hijo de indígenas zapotecas. Fue un artista con una larga vida en la creación artística ya que murió hasta los noventa y tres años de edad en Ciudad de México, en el año 1991. Inició su formación artística y académica ingresando, a los 16 años de edad en la Academia de Bellas Artes de San Carlos la cual abandonó debido a la férrea disciplina, contraria a su naturaleza rebelde.
En 1921 comenzó su actividad en cargos públicos como jefe del Departamento de Dibujo Etnográfico del Museo Nacional de Arqueología de México. Su primera exposición pública, se presentó en 1926 y en 1928 comenzó su actividad académica en la Escuela Nacional de Bellas Artes. En 1932 fue nombrado director del Departamento de Artes Plásticas de la Secretaría de Educación Pública. En 1938 viajó a Nueva York para dar clases en la Dalton School of Art, donde permaneció veinte años, durante los cuales perfeccionó su técnica. A principios de la década de los cincuenta obtuvo el primer premio en la Bienal de Venecia y comenzó una febril actividad muralista coronada por una impresionante cantidad de reconocimientos nacionales e internacionales. Al mismo tiempo intensificó su obra de caballete que no abandonó nunca. Su legado se concentró fundamentalmente en el Museo Rufino Tamayo de Ciudad de México y el Museo de Arte Prehispánico de la ciudad de Oaxaca con 1300 piezas arqueológicas donadas por el artista.