Por Cecilia Kühne
No vino al mundo con pretensión de fama o fortuna alguna. Todo fue sucediendo poco a poco y de vez en vez. Aunque, citando un texto náhuatl, en una ocasión dijera que ya “desde el vientre de su madre se preveía lo que iba a ser”. Que eso le había pasado a él. Se refería, tal vez, a los paseos que de niño realizaba con su tío Manuel Gamio a explorar Teotihuacán. O quizá al “periodiquito” que hacía circular entre familiares y amigos a los 12 años, confeccionado y escrito por él mismo. Él es, sin duda, uno de los pensadores más notables de la Universidad Nacional Autónoma de México. Historiador, filólogo y filósofo, maestro e investigador, Miguel León Portilla develó, casi por primera vez, buena parte de nuestra raigambre histórica y nos la puso delante. Nos ha regalado la obra de toda su vida, una auténtica arqueología de las palabras, las imágenes y las ideas de los pueblos del México prehispánico. (A ver si nos dábamos cuenta que los antiguos mexicanos son sustento, luz y carácter de todo lo que hoy escribimos, pensamos y creamos).
Miguel León Portilla, nació el 22 de febrero de 1926 en la Ciudad de México y este año celebrará sus noventa años. “La historia me atrajo desde los años de mi infancia” – puede leerse en su semblanza de la Academia Mexicana de la Historia. “Leía cuanto libro caía en mis manos, sobre todo los referentes al pasado indígena y colonial. Desde entonces admiré, entre otros, a Bernal Díaz del Castillo y Francisco Xavier Clavijero cuyas obras encontré en la casa en que vivía.”
Realizó sus primeros estudios en el colegio de los jesuitas en Guadalajara y después la preparatoria en la Loyola University en Los Ángeles, California. Aprendió varias lenguas; leyó a los clásicos griegos, latinos, españoles, franceses, ingleses, alemanes y otros más. Fue entonces cuando leyó algunas de las traducciones que el padre Ángel María Garibay había publicado de poemas, cantares, discursos y otros textos de la tradición náhuatl prehispánica.
“Su belleza y profundidad me cautivaron, dijo en alguna entrevista. Y decidí acercarme a cuanta obra crónica, historia o texto- ¬me permitiera ahondar en lo que fue el pasado indígena en el que se habían producido esas expresiones.”
Aquel momento fue crucial en la vida de León Portilla porque lo llevó a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y a establecer una relación fructífera, tanto en lo académico como en lo personal, con el Maestro Garibay quien sería, determinante en su vocación como investigador. Sería su tutor en los estudios de doctorado, su maestro de lengua náhuatl, el que lo acercara a códices y otras fuentes indígenas primarias. De Garibay recuerda un consejo: “No te fijes sólo en los pueblos indígenas de la historia, piensa en los de hoy”.
Su examen de doctorado fue en 1956 y su tesis, La Filosofía Náhuatl estudiada en sus fuentes, se convirtió en un texto fundamental para el estudio de la Historia Precolombina. En la edición revisada de 1959, León Portilla escribe:
“Como todo lo que en alguna forma es portador de vida, también los libros vuelven a vivir cuando su significación se actualiza en la conciencia de quienes los leen. Además, desde un punto de vista diferente, los libros se mantienen vivos cuando, al ser reeditados, sus autores a su vez los reactualizan enmendando posibles deficiencias y añadiendo lo que consideran necesario a la luz de la aportación de ulteriores investigaciones, ajenas y propias. En la presente edición, que por ello califico de nueva, he hecho una y otra cosa: enmendado carencias y la he adicionado con un texto que intitulo: “¿Nos hemos acercado a la antigua palabra?”
Antes de Miguel León Portilla las manifestaciones de arte y cultura en los grandes centros del renacimiento náhuatl como Texcoco y Tenochtitlán eran puro asombro y mucho turismo. Pero se ignoraba la riqueza de la palabra original, de la poesía, de cómo expresaba el hombre indígena la visión de su propia existencia y su relación con el universo. Don Miguel abrió la puerta al conocimiento de esa palabra.
Una autoridad mundial, autor de una obra extensa, miembro del Colegio de México, la Academia Mexicana de la Historia, con varios títulos académicos, premios y condecoraciones, en ocasión de éste su cumpleaños número 90 siguen siendo ciertas las razones que Miguel León Portilla declaró lo mantienen activo y con una “memoria magnífica: el trabajo sistemático, la familia y un interés que permanece vigente. Ha dicho el maestro:
“Mi propósito es seguir trabajando hasta la muerte. Subsisten en mí las preocupaciones filosóficas y muchas preguntas han quedado sin respuesta pero la filosofía me ha sido una luz incomparable en la comprensión de la Historia. Soy consciente de mis grandes limitaciones. Me duele haber caído en equivocaciones pero me consuela aquello que repetía mi maestro Garibay: “Si Dios, que es infinitamente perfecto, hizo este mundo con tantas deficiencias y las erratas vivientes que somos los humanos, ¿qué tiene de extraño que nosotros caigamos en faltas, descuidos y errores?”
Pero de Miguel León Portilla, pocos de sus alumnos, lectores, conocidos o escuchas, podríamos señalar algún error, algún descuido. Solamente nos provoca un anhelo y un deseo inútil: leerlo más, escucharlo siempre, dominar las formas lingüísticas que nos ha enseñado y una mínima parte de la historia que domina.