Cecilia Kühne P.
Hace un año que el poeta ya no está.
José Emilio Pacheco murió en su ciudad favorita -la suya, la Ciudad de México- el 26 de enero del año 2014. Durante todo este tiempo sólo quedó echar mano de la memoria, la relectura, los homenajes en su honor y los nuevos libros de su autoría, más bien afortunadas reuniones de sus textos más antiguos.
José Emilio Pacheco, nacido en la Ciudad de México en 1939, justo el año en el que acabó la Guerra Civil Española y el Castillo de Chapultepec se convirtió en el Museo Nacional de Historia. Su obra literaria fue reconocida muy pronto. Ya en la década de los cincuenta figuraba en antologías al lado de los grandes poetas de Latinoamérica y los críticos lo hacían miembro relevante de la generación de Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Sergio Pitol y Carlos Monsiváis.
De manera inevitable, muchos conocieron primero sus versos y después se interesaron por la prosa. Sin embargo, él mismo decía que escribió cuentos desde muy temprano y no trató de hacer versos hasta los dieciséis o diecisiete años. Fue poco antes de cumplir veinte años, cuando publicó su primer libro La Sangre de Medusa y otros cuentos marginales.
Estudiante de la UNAM, inició sus actividades como escritor profesional publicando en la revista Medio Siglo. Dirigió con Carlos Monsiváis el suplemento de la revista Estaciones, fue secretario de redacción de la Revista de la Universidad de México también de México en la Cultura, y colaborador de publicaciones como Novedades y Siempre. Transitó del poema a la novela, desde el cuento hasta el artículo periodístico y no le fueron ajenos los secretos de la traducción, los rigores del ensayo ni las minucias de la antología. Y en todos los géneros que cultivó su pluma hubo talento, disciplina e inteligencia.
Muchos libros nos regaló José Emilio Pacheco. Libros que conmocionan al lector desde el principio, otros emocionantes en cada una de sus líneas. Libros favoritos de títulos perfectos: No me preguntes cómo pasa el tiempo, Irás y no volverás, Morirás lejos. Y también libros que, como Batallas en el desierto, son patrimonio histórico, memoria colectiva y testimonio generacional.
Escrito en 1981, Batallas en el desierto fue se puede leer en menos de un día. O en lo que tarda cualquiera en llegar de sur a norte en cualquier hora pico de la Ciudad de México. Carlos, el personaje central de la novela, habla desde su propio recuerdo pero también le presta su voz a la Ciudad de México de los años cuarenta. El campo de batalla es la Colonia Roma. Acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial. Y a falta de juguetes y porque el patio de la escuela tiene mucho polvo, Carlos y sus amigos imaginan que combaten sobre la arena. Como si fueran bandos del conflicto de Medio Oriente. El lector gradualmente se va enterando que la guerra no es metáfora ni solamente esa. Es la batalla de un país lento e inocente contra la modernidad y la de un niño que deja de serlo al toparse con un amor primero. Igual de legendaria que la novela de Pacheco, fue la canción de Café Tacuba inspirada en ella. Hubo película, versiones, adaptaciones y un gran éxito literario de Batallas en el Desierto. Tan vigente que se sigue poniendo de moda cada cierto tiempo.
Hace un año que el poeta ya no está.
Pero los versos y palabras de José Emilio Pacheco son definitivos y atemporales. Tanto, que parecería nada tuvieron que ver con la voluntad, el genio, la pluma o la vocación. Pero es mentira.