Texto Cecilia Kühne
Hugo Gutiérrez Vega nació en Guadalajara, Jalisco en 1934. Era poeta ante todo. (“ No lo vuelvo, hacer, lo juro”, dicen que respondió en alguna ocasión). No sólo por sus versos y metáforas sino porque todo en su hacer y su vivir tenía el ritmo, el cántico, la metáfora y el estilo de la poesía. En las semblanzas disponibles hoy, en este fin de septiembre en que él ya no está, aparece descrito primero, con una lista de oficios: director de teatro, escritor, poeta, ensayista, periodista, catedrático, funcionario, editor y diplomático. Y no hay mentira en ello: hizo todo eso. Y viajó de ida y vuelta por el cuento, el reportaje, sus poemas, ensayos y clases pero también por el mundo entero. Fue agregado cultural y cónsul de México en Italia, Reino Unido, España, Brasil, Estados Unidos y Puerto Rico pero también embajador de México en Grecia, concurrente en Líbano, Chipre, Rumania y Moldavia. Y claro que también actor y con el genio combinado con su talento histriónico fascinó a lectores y alumnos y le concedieron desde la condecoración de “Comendador de la Orden al Mérito de la República Italiana” (por su trabajo como Consejero Cultural de la Embajada de México en Roma) hasta el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes y el Villaurrutia (por la poesía y por todo lo que nos dijo en afortunado verso). Teatrero de indudable cepa hizo de actor muy bien y cuando quiso, tuvo su columna semanal y dirigió suplementos, fue director de la Casa del Lago y de Difusión Cultural de la UNAM. Claro que también fue nombrado académico de la lengua y recibió muchos otros títulos todos afortunados y merecidos. A consecuencia de una prolongada enfermedad, nos dijeron, murió el pasado viernes 25 de septiembre a los 81 años de edad. Nada qué hacer, mucho que lamentar y hartas alegrías y lecturas para recordarlo.
Baste, ahora con una despedida. Un poema suyo.
Declaración final
Exploro el domicilio. Me gusta
este desorden vivo.
Cuando la casa siente
que se pega a la tierra
empieza a protestar,
decide irse,
y los libros se llenan de humedad.
Dos veces vimos ya la misma arena.
Nunca somos los mismos.
Es tiempo, amada gente, de largarnos