Salvador Díaz Mirón fue un poeta mexicano que pasó del romance a la vanguardia. Su labor como periodista fue de la mano de su ideario liberal y de su violento activismo. Fue muy conocido por retar a duelo y acudir a la pistola, como ultima arma de convencimiento. Nacido en Veracruz el 14 de diciembre de 1853, fue uno de los primeros modernistas mexicanos. Al igual que su padre, fue periodista y apasionado de las letras. A los 14 años comenzó a escribir de forma comprometida y siendo todavía muy joven ya era un distinguido poeta.
Su labor puede dividirse en tres etapas bien diferenciadas. La primera de raíces románticas, en la cual se puede notar la influencia de importantes autores españoles muy sentidos como Gustavo Adolfo Bécquer. Las otras dos fueron sumamente diferentes: vanguardista una y cosmopolita la otra.
Considerado como uno de los poetas mayores de la literatura hispanoamericana de todos los tiempos, Díaz Mirón dejó una variada e intensa producción lírica que, inserta en los cauces más puros del movimiento modernista, se caracteriza por sus bruscos y extremos contrastes, tanto en el campo temático como en el de los procedimientos técnicos y los moldes formales. Pero, por encima de todo, la poesía de Salvador Díaz Mirón exhibe una rara perfección externa que, a su vez, revela el rigor y la disciplina presentes en el quehacer habitual de este exigente poeta.
Colaboró también con importantes periódicos de su época, como El orden y El imparcial. Debido a sus ideas revolucionarias tuvo que exiliarse. Vivió entonces en diferentes países, y residió fundamentalmente en Santander, España y en La Habana Cuba, donde dictó clases de literatura. Después regresó a su tierra.
Por el mes febrero de 1928, Salvador Díaz Mirón desapareció de calles y plazas de la ciudad y dejó de ocupar su lugar habitual en el parque Francisco Ferrer Guardia donde, al caer la tarde, solía sentarse a meditar y a platicar con amigos, admiradores deseosos de conocerle. Había enfermado. Los médicos se consultaban entre sí y le recetaban estérilmente, pero las fuerzas del poeta disminuían. Postrado en el lecho varios meses, la noche del 11 de junio de ese año entró en estado agónico. Al día siguiente –poco antes del mediodía- había dejado de de existir.
Algunas de sus creaciones como “Oda a Víctor Hugo“, “Los peregrinos“, “La mujer de nieve“; y “Cleopatra” se incluyeron en la famosa antología “El Parnaso Mexicano“.
Cleopatra
La vi tendida de espaldas
entre púrpura revuelta.
Estaba toda desnuda,
aspirando humo de esencias
en largo tubo, escarchado
de diamantes y de perlas.
Sobre la siniestra mano
apoyada la cabeza;
y como un ojo de tigre,
un ópalo daba en ella
vislumbres de fuego y sangre
el oro de su ancha trenza.
Tenía un pie sobre el otro
y los dos como azucenas;
y cerca de los tobillos
argollas de finas piedras,
y en el vientre un denso triángulo
de rizada y rubia seda.
En un brazo se torcía
como cinta de centellas,
un áspid de filigrana
salpicado de turquesas,
con dos carbunclos por ojos
y un dardo de oro en la lengua.
A menudo suspiraba;
y sus altos pechos eran
cual blanca leche, cuajada
dentro de dos copas griegas,
y en alabastro vertida,
sólida ya, pero aún trémula.
¡Oh! Yo hubiera dado entonces
todos mis lauros de Atenas,
por entrar en esa alcoba
coronado de violetas,
dejando ante los eunucos
mis coturnos a la puerta.
VERSO
Soy un cadáver, ¿cuándo me entierran?
Soy un viajero, ¿cuándo me voy?
Soy una larva que se transforma.
¿Cuándo se cumple la ley de Dios,
y soy, entonces, mi blanca niña,
celaje y ave, lucero y flor?