“Estas flores que se llaman cempoalsúchitl, son amarillas y de buen olor y son hermosas, hay muchas de ellas. Que ellas se nacen y otras las siembran en los huertos.”
Fray Bernardino de Sahagún. Siglo XVI
Amarillo, amarillo, amarillo… ¿Cuántos matices caben en este color? Tal vez tantos como los que caben en la luminosa belleza del cempasúchil, una flor de origen mexicano que nos regala, en los primeros días del mes de noviembre, no sólo su rica gama de tonalidades, sino también la fuerza de su aroma que llena en estas fechas mercados, plazas, hogares y cementerios, dando sentido a algunos de nuestros sentires más profundos. Cempasúchil es una palabra que viene del náhuatl Cempoalxóchitl, que significa veinte flores, pero no debemos olvidar que existen voces en muchos otros idiomas indígenas para nombrarla: apátsicua, en purépecha; caxyhuitz, en huasteco; expujuj, en maya; guie´ bingua´, en zapoteco; chant, en tepehua; púua, en cora; yita cua, en mixteco; jondrí, en otomí; kgalhpuxan, en totonaco. Y podríamos seguir, porque el cempasúchil es una flor que se siembra o se recolecta en muchos lugares de México y que resiste climas y altitudes diversos, desde el nivel del mar hasta los 2,800 metros de altitud. Además su antiquísima presencia en la ritualidad de los pueblos prehispánicos y su permanencia en las tradiciones católicas, la ha hecho una flor indispensable, sobre todo en las fechas que sirven para conmemorar y recuperar la cercanía con aquellos que se han ido.
El cempasúchil es también conocido como “Flor de muertos” y es necesaria en los días 1 y 2 de noviembre, para que los panteones de todos los rincones de México se coloreen con la fuerza de sus tonos amarillos y se vuelvan tan brillantes como el sol. En Xochimilco al Cempasúchil se le conoce como “Flor de cuatrocientos pétalos” y se le cultiva a campo abierto, en chinampas o en invernaderos para cosecharlo o venderlo en macetas desde los últimos días del mes de octubre. Esta es una tradición centenaria que la gente conserva de generación en generación, no en balde es a un sabio indígena Xochimilca del siglo XVI, Juan Badiano, a quien se debe una de las primeras descripciones etnobotánicas, en latín, de esta planta (traduciendo las palabras en náhuatl del tlatelolca Martín de la Cruz).
Pero el cempasúchil no sólo es ritualidad, es también fuente de muchas otras cualidades. Su uso medicinal está reportado desde los tiempos prehispánicos y se le ha usado para la atención de enfermedades muy diversas, desde problemas estomacales, cólicos menstruales, enfermedades respiratorias, problemas hepáticos, afecciones de la piel y problemas de los ojos. En este último terreno son muy valiosos los carotenoides que contienen sus pétalos, sobre todo la luteína, que es usada en medicamentos para prevenir enfermedades como cataratas y mácula ocular. Los investigadores de la Universidad Autónoma de Chapingo también han obtenido del cempasúchil fertilizantes agrícolas sustentables y bioplaguicidas que no dañan ni el medio ambiente ni la salud de las personas. Fuente de maravillas es, sin duda esta flor hermosa, llenemos pues nuestro ánimo con la magia de sus múltiples amarillos.
Texto: Yuriria Contreras. Fotografías: Enrique Rivera.