Por Luis Ángel López
Programador de RMI
El profesor Hermilo Rojas Aragón (1961-2002), maestro de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros y director fundador del grupo de danza de esa institución, estaría orgulloso de ver lo que amigos, profesores, bailarines y familiares lograron después de que él dejó este mundo para celebrarlo con gusto cada año en el Son para Milo, porque ahí es donde converge la fiesta tradicional más grande de la Ciudad de México.
Este Festival inició en el 2002 en la Normal de Maestros y desde hace tres años se celebra en la explanada de la Delegación Iztacalco donde se reúnen gastronomía, artesanía, música, baile y talleres de diversas regiones de nuestro país.
Del 6 al 9 de septiembre de 2018 se realizó el Son para Milo, un evento que no le pide nada a ningún otro festival, incluso a los de otros géneros musicales. Es un encuentro con la música tradicional mexicana donde el público la hace suya a través del baile, en comunión con la fiesta y la alegría.
A lo largo de estos cuatro días participaron toda clase de grupos de música tradicional mexicana, diversos conjuntos, tríos, bandas, orquestas, duetos y solistas de la Huasteca, Oaxaca, Guerrero, Tamaulipas, Veracruz, Durango, Nuevo León, Michoacán, Tabasco, etc. Algunos de ellos con una larga trayectoria, otros de formación más reciente, pero todos auténticos y de primera calidad. Sus sonidos llenaron el Son para Milo desde el medio día hasta la noche. Dos escenarios se encuentran frente a frente, como si se desafiaran en duelo, solamente la gigantesca tarima los separa, el espacio perfecto para bailar al ritmo de toda clase de sones. Hay además un escenario alternativo más pequeño ubicado al fondo, donde también el ambiente fue excelente.
Con poco dinero en tu bolsillo se puede disfrutar ampliamente de este festival. La entrada es gratuita y en el reglamento de venta se especifica que los productos, tanto de artesanía como de comida que ahí se expenden, deben ser 100% mexicanos y tener precios accesibles. Se puede degustar de riquísimos platillos como el tradicional zacahuil, o un abundante plato de pozole, variedad de tamales, tlayudas con asiento, frijol, chorizo y tasajo, probar el mole, un rico elote o esquite y la variedad en cemitas y quesos, todo con una calidad de primera, sin dejar de lado el postre con los dulces típicos, el pan huasteco o de yema, el amaranto y las nieves; bebidas como el tejate, chocolate, café, chilate, jarabes, aguas frescas; todo lo anterior rodeado de los textiles de trajes típicos con bordados hechos a mano o los instrumentos como guitarras, jaranas, requintos, panderos jarochos, tamboritas, quijadas de burro. También hubo juguetes y cerámica de artesanos de lugares como Chiapas, Estado de México, Puebla, San Luis Potosí, Veracruz, entre
otros.
En cuanto a la organización cabe decir que cada año se van afinando los detalles. La sonorización tuvo algunos problemas, pero la logística y la dinámica permitieron que las presentaciones transcurrieran en continuidad y sin muchos contratiempos. La seguridad cada vez es mejor. El servicio médico y los sanitarios también forman parte importante del evento.
Pero el ingrediente principal es el público. Cada año Son para Milo reúne a más y más personas. La verbena y la fiesta se sienten con la llegada anual de familias enteras, amigos, novios, vecinos y hasta mascotas que llegan a presenciar el trabajo de los organizadores y voluntarios que dejan su entusiasmo y ganas por preservar nuestras tradiciones.
Porque sólo hace falta tener una buena actitud para disfrutar de un buen Son para Milo.

Fotografías tomadas del fecebook de Son para Milo.