Cecilia Kühne
Nacido el 21 de agosto de 1825 en la Ciudad de México, Joaquín García Icazbalceta, estaba destinado a convertirse en bibliófilo, filólogo, traductor, historiador y uno de los sabios más ilustres del siglo XIX mexicano. Fue el último de los diez hijos del matrimonio de Eusebio García Monasterio y Ana Ramona Icazbalceta y llegó a este mundo en tiempos todavía muy ásperos para el país, a pesar de nuestra recién estrenada independencia. Cuando Joaquín estaba por cumplir los cuatro años de edad el gobierno de Guadalupe Victoria proclamó un decreto que expulsaba de México a toda persona nacida en España, junto con su cónyuge e hijos. Y como don Eusebio García había nacido en la Rioja, España, toda su familia fue desterrada de México viéndose obligada a trasladarse a Cádiz. En aquella ciudad española Joaquín aprendió las primeras letras y cuando volvió a México en 1836 siguió estudiando de manera autodidacta, con profesores particulares y la guía de personalidades tan relevantes y polémicas como Lucas Alamán y Carlos María de Bustamente. Ellos, y su propia curiosidad fueron los que lo impulsaron a estudiar, en principio las lenguas originales y después las costumbres y la historia de los pueblos indígenas de América. Su primer trabajo importante fue la traducción de la obra Historia de la conquista del Perú, escrita por William H. Prescott, a la que agregó con notas y varios capítulos, publicándola hacia 1849 y 1850. Después se encontraría con Manuel Orozco y Berra y colaboraría con diversos artículos que formarían parte del Diccionario Universal de Historia y Geografía. Se cuenta que su rigor y su capacidad de producción era tal que en 1850, inauguró su propia imprenta donde editaba sus trabajos, todos ellos de gran erudición y rigor metodológico.
Tras haber publicado ensayos sobre bibliografía e historiografía mexicana llegó un punto de quiebre en su prestigio y sus actividades. Cuando publicó un libro sobre la vida de Juan de Zumárraga y su papel en las apariciones de la Virgen de Guadalupe. El trabajo que le acarrearía muchas críticas y sinsabores. Al respecto escribió José Luis Martínez:
“El respeto absoluto de García Icazbalceta por la verdad hizo que, tan católico como era, fuese detestado e insultado por los católicos mexicanos, porque cuando estudió las fuentes sobre la apariciones guadalupanas de 1531, para escribir su gran libro sobre Fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de México, de 1881, encontró que no había ninguna. Y se atrevió a decirlo, de la manera más profunda y documentada, en la carta que le obligó a escribir el arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos en 1883. Uno de los momentos más altos a los que llegó la historiografía mexicana.”
Los puntos antiguadalupanos de Joaquín García Icazbalceta se resumen a cuatro:
- Fray Juan de Zumárraga nunca habló sobre el suceso guadalupano, antes bien parece negarlo.
- Sahagún calificó de idolatría el culto guadalupano, y Bustamante también lo critica.
- Los capellanes de la ermita no supieron nada ni de las apariciones, la tilma y las rosas hasta 1648 .
- Los documentos guadalupanos no tienen ningún sustento.
Cerrando su carta antiaparicionista, Icazbalceta escribe: “Por lo demás, la falta de los autos originales no sería, por sí sola, un argumento decisivo contra la Aparición, pues bien pudo ser que no se hicieran, ó que después de hechos se extraviaran: aunque á decir verdad, tratándose de un hecho tan extraordinario y glorioso para México, una u otra negligencia es harto inverosímil.”
A pesar de haber quedado señalado por una parte importante de la comunidad mexicana de aquel tiempo, su excelencia poco tiene que ver con los dimes y diretes de la religión. En 1875, fue miembro fundador de la Academia Mexicana de la Lengua, tomó posesión de la silla III en1875. Fue secretario de tal institución de 1875 a 1883 y director de ella desde 1883 hasta su muerte, la cual ocurrió el 26 de noviembre de 1894. Además, según el doctor Menéndez Pelayo, Icazbalceta fue el “gran maestro de toda erudición mexicana”.