(1927 – 2014)
In Memoriam
“Siempre he creído, en contra de otros criterios muy respetables, que los escritores no estamos en el mundo para ser coronados, y muchos de ustedes saben que todo homenaje público es un principio de embalsamamiento”, dijo Gabriel García Márquez en 1972 durante un discurso que ofreció en Caracas, Venezuela.
Eran tiempos muy diferentes a los que nos ocupan hoy que ya se ha ido. No había sido coronado con cientos de homenajes, no había ganado el Premio Nobel, no había sido el invitado de honor de varios congresos de la Lengua Española. Pero ya había perdonado a la abuela desalmada, escrito completa la historia de aquel coronel al que no le escribía nadie y tenía entrañables recuerdos de cuando fue “joven, indocumentado y feliz”, como solía decir.
Diez años después, cuando en 1982 le otorgaron El Águila Azteca habló del orgullo y la gratitud. De otra patria distinta que ya era suya propia, se llamaba México y había visto crecer a sus hijos y nacer a sus libros. Por eso “el Gabo”, que nació en Aracataca en 1927 hace mucho tiempo era absolutamente nuestro.
Parece exagerado afirmar que no hubo libro de García Márquez que provocara indiferencia o que no vendiera cientos de miles de copias. Pero es una gran verdad. Decir que Cien Años de Soledad es la novela favorita de Latinoamérica puede ser inexacto pero suena a ciencia cierta. Todo puede decirse si de Macondo hablamos: el principio empieza desde el final, sólo existen mariposas amarillas, el tiempo no es sucesivo, ni cíclico, ni cronológico, por amor volamos o abandonamos nuestras manos quemadas en la estufa. Lo del realismo mágico, género que académicamente inventó García Márquez, fue un regalo para nosotros sus lectores: el mejor acceso a la magia de su literatura y hasta la esperanza de una segunda oportunidad sobre la Tierra.
Hoy, queremos pensar que la muerte de Gabo fue como un delicado viento de luz que nos lo arrancó de las manos antes de comenzar a elevarse, que ya está junto a Remedios la Bella y duerme entre el aleteo de las sábanas perdidas, en un aire que ya sobrepasó a escarabajos, dalias y relojes, pero vive con los altos pájaros de la memoria.
La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido, dijo García Márquez en su último discurso.
Gabriel García Márquez 1927-2014
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