
Autorretrato, 8-Septiembre-1990 Tinta y aguada de tinta sobre papel 70 x 100 cm. Foto tomada de la página José Luis Cuevas
Por Cecilia Kühne
José Luis Cuevas, pintor, escultor, dibujante, curador, escritor, editor y columnista es uno de los artistas mexicanos que ha llevado el concepto de individualidad creativa hasta el extremo. Cuentan que empezó temprano y que tenía 10 años cuando se autorretrató como “niño obrero” para el concurso de dibujo infantil promovido por la Secretaría de Educación Pública. Ganó el primer lugar. A partir de entonces le dijeron “el güerito pintor”. Después lo llamaron de todo: el niño terrible del arte mexicano, el ego más grande de la pintura nacional, un genio sólo comparable a Picasso, un rebelde que merecía el infierno. Quizá por la envidia de sus paraísos inventados. Más vivo que nunca y dibujando todavía, hoy cumple 85 años.
Nacido en la madrugada del 26 de febrero de 1931, en la Ciudad de México, José Luis Cuevas pasó su infancia en los altos de la fábrica de lápices y papeles “El lápiz del águila”, administrada por su abuelo. El inmueble se ubicaba en el centro de la Ciudad de México y fue su primer estudio de pintor. Después estudió un tiempo en La Esmeralda, escuela de pintura y escultura -con nombre de alhaja-, luego fue a la Universidad Nacional y más tarde a París, protestando por la incomprensión nacional hacia su obra. Pero hubo de regresar a México a principios de los años cincuenta. Fue entonces cuando desde la prensa y para que todo el mundo se enterara, habló en contra de todo lo artísticamente sagrado del momento: el muralismo, la escuela mexicana de pintura y todo lo que oliera a la Revolución o sugiriera indigenismo. Su artículo, titulado, La cortina de nopal acabó siendo una especie de manifiesto a favor de “la libertad del arte”, un ataque a la política cultural del gobierno y, finalmente, una feroz crítica a los viejos muralistas, Orozco, Rivera y Siqueiros. Terminaba señalando que la cerrazón nacionalista era una especie de “cortina del

Autorretrato durante la relectura de “La metamorfosis de kafka (2)”, 30/Nov/1982 Plumilla, pincel, acuarela y crayón sobre papel 37.7 x 28.2 cm. Foto tomada de la página de José Luis Cuevas
nopal” que impedía a los jóvenes artistas enterarse de cómo era la escena artística internacional y los obligaba a renunciar a toda búsqueda de vanguardia. Después de aquello, y casi para siempre, se desataron los ataques contra Cuevas, unos más violentos que otros. Pero también llegaron los premios, las grandes obras, las exposiciones y la fama internacional. Un nuevo adjetivo para él quedó consignado en los medios y la historia del arte nacional: el más puro representante de la llamada Generación de la Ruptura.
Los reconocimientos otorgados a José Luis Cuevas han sido muchos y espectaculares: el periódico The New York Times lo ubicó en 1967 como uno de los más grandes dibujantes del siglo XX; en 1968 recibió la Medalla de Oro en la Primera Trienal de Grabado de Nueva Delhi por su serie litográfica inspirada en el Marqués de Sade. En 1978 la Organización de Estados Americanos (OEA) le dedicó un homenaje continental y en ese mismo año, su “Cuaderno de París” fue considerado el libro más bello del Festival del Libro de Stuttgart, Alemania. De nuestro país también recibió honores: el Premio Nacional de Bellas Artes de México en 1981y el nombramiento de Artista de la Ciudad, por el Gobierno del Distrito Federal de México, con motivo de la inauguración de su propio museo en 1992.
Siempre en el autorretrato, tomándose una foto diaria y hablando de todo lo propio y todo lo ajeno ha hablado y escrito muchas veces en los medios. Alguna vez, en entrevista para la revista La Academia Cuevas dijo calmosamente: “Hay personas que siempre atraen la atención pública, pero otras no. La mayoría de las personas de mi generación no tienen esa capacidad para atraerla y eso no es peyorativo ni en detrimento a ellos. Hay quienes ocultan absolutamente su vida privada mientras yo la expongo públicamente porque considero que de lo contrario, mi obra como artista sería una mentira.”
Hoy, ya repuesto de antiguos ardores, Cuevas no tiene objeciones con ningún formato de gloria o miseria humana. Sigue cumpliendo años, habitando sus propias cuevas, domesticando animales impuros y con los sueños abocados al perpetuo desafío de lápices y papeles.