No todas las ciudades del mundo pueden ufanarse de tener una calle a la que se le nombre la “Calle de los Dulces”. Puebla sí. Se trata de la 6 Oriente, en el tramo comprendido entre la 5 de Mayo y la 4 Norte, y cualquier poblano puede indicarle a un visitante cómo llegar ahí, porque es una de las vías de mayor tradición en el Centro Histórico de esa ciudad. Es una calle hermosa, recta y ordenada como todas las de esa capital que, según la leyenda, fue trazada por los mismísimos ángeles (Puebla en realidad es recta y ordenada porque fue, precisamente, una “puebla”, es decir una fundación nueva que se hizo en el siglo XVI de una manera planeada y organizada, y no adaptándose a la forma de una antigua población. Pero esa es otra historia, que ya tendremos oportunidad de narrar en otro artículo). Volvamos a la “Calle de los Dulces” y digamos que no siempre tuvo ese nombre porque antes, cuando la nomenclatura de la ciudad no era numérica, fue conocida como la “Calle de la Portería de Santa Clara”, ya que ahí, desde el siglo XVII, estuvo ubicado el convento de las monjas clarisas que se hicieron famosas por sus deliciosos dulces de camote y sus tortitas cubiertas con jamoncillo de pepita.
La tradición dulcera de Puebla le viene, sin duda, de sus antiguos conventos de monjas y de las finas recetas que en ellos se preparaban. Muchos de estos conventos se allegaban recursos fabricando y vendiendo dulces, panes y platillos finos y deliciosos, por lo que buena parte de la gastronomía mexicana se fraguó en los fogones conventuales de esa ciudad. Sin embargo no podemos negar el crédito en ese proceso a las casas poblanas que, durante el siglo XIX, recuperaron las tradiciones conventuales, las enriquecieron con recetas domésticas y las conservaron para la posteridad. Hace casi 150 años, una señorita poblana de nombre Victoria Ortiz, tuvo la idea de fundar una tienda para vender los dulces y la repostería que le habían dado prestigio entre sus amistades y conocidos. Esa tienda se llamó “La Gran Fama”, tuvo un éxito inmediato y fue seguida por otra de nombre “El Lirio”, también de la señorita Ortiz. Poco a poco la calle en la que se ubicaban fue llenándose de negocios dulceros que aportaron sus propias recetas y su manera particular de prepararlas. Y así Puebla se dio a conocer por sus dulces, sabrosos, bellos y de nombres peculiares: mostachones, mazapanes, macarrones, condumios de cacahuate, mechitas de ángel, tortitas de cielo, molletes, arrayanes, rompemuelas, muéganos, gaznates, novias, marinas y, por supuesto, camotes y borrachitos.
“La Gran Fama” aún existe, pertenece a la misma familia fundadora, y conserva el nombre, la calidad de sus productos y su reputación como la más antigua de “La Calle de los Dulces” de Puebla. Hace unas semanas conversamos en “La Gran Fama” (6 Oriente Nº 208, en el Centro Histórico de Puebla) con la señora Lilia Bonilla, vendedora de esa dulcería desde hace tres décadas. Les invitamos a escuchar lo que nos platicó dando click al audio que se encuentra bajo estas líneas.
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