Javier Clavijero, nacido en Veracruz, el 9 de septiembre de 1731, fue un escritor e historiador esencial para explicar la cultura antigua mexicana a partir del mestizaje y la grandeza de nuestro pasado indígena. Hijo de un funcionario en la Nueva España, al servicio del Gobierno peninsular, Clavijero estudió primero en Puebla y después ingresó en la Compañía de Jesús con el propósito de ingresar a la orden jesuita y completar una educación que abarcara todas las disciplinas que le interesaban. Fue así como Clavijero aprendió ciencias, Geografía, Historia, Cosmografía, Latín y Literatura. Todo ello sin olvidar ciertas ciencias físicas y biológicas además de la Filosofía y la Teología.
Muy pronto se convirtió en uno de los grandes catedráticos jesuitas y fue profesor de colegios como los de Valladolid y Guadalajara. A punto estaba de emprender una suerte de reforma académica en varias instituciones educativas de la Nueva España, cuando Carlos III decretó la expulsión de la Compañía de Jesús de todos los territorios hispánicos, incluyendo las colonias. Clavijero, como todos los jesuitas hubo de salir del país. Se dirigió hacia Italia y vivió en los territorios de Ferrara y Bolonia. Fue durante aquel exilio donde escribió sus dos obras capitales: La historia de la California y La historia antigua de México. Esta última, de gran cuidado y considerable extensión, es no sólo la primera gran síntesis histórica del pasado prehispánico de México, sino también un inventario exhaustivo de la lengua, geografía, arquitectura, historia natural -incluyendo flora y fauna de todo el Anáhuac y sus alrededores-, sin dejar de lado apuntes sobre el carácter y las características de sus pobladores, sus dioses mayores y menores y hasta los calendarios con días de guardar y celebrar. Clavijero es el primer autor americano que reconoce la aportación esencial de la población indígena en la construcción de la sociedad colonial.
El mismo Clavijero, desde el exilio, en el prólogo de su libro, publicado en español en 1780 escribe:
“La historia antigua de México que he emprendido para evitar la fastidiosa y reprensible ociosidad a que me hallo condenado, para servir del mejor modo posible a mi patria, para restituir a su esplendor la verdad ofuscada por una turba increíble de escritores modernos de la América. He leído y examinado con diligencia todo cuanto se ha publicado hasta ahora sobre la materia; he confrontado las relaciones de los autores y he pesado su autoridad en las balanzas de la crítica; he estudiado muchísimas pinturas históricas de los mexicanos; me he valido de sus manuscritos, leído antes cuando estaba en México, y he consultado muchos hombres prácticos de aquellos países. A estas diligencias podría añadir, para acreditar mi trabajo, el haber vivido treinta y seis años en algunas provincias de aquel vasto reino, haber aprendido la lengua mexicana y haber convivido por algunos años con los mismos mexicanos cuya historia escribo.”
Fragmentos de La historia antigua de México.
- División de la tierra de Anáhuac
El nombre de Anáhuac que según su etimología se dio al principio a sólo el valle de México, por estar situadas sus principales poblaciones en la ribera de dos lagos, se extendió después a casi todo el espacio de tierra que hoy es conocida con el nombre de Nueva España. Dividíase este vastísimo país en los reinos de México, Acolhuacán, Tlacopan y Michocán; en las repúblicas de Tlaxcala, Cholollan y Huexotzinco, y en otros muchos señoríos particulares. El reino de Michoacán, el más occidental de los cuatro, se extendía norte-sur desde las inmediaciones del país en que al presente están las ciudades de Celaya y Querétaro, hasta tocar en la provincia de Zacatollan, y este-oeste desde Tlaximaloya (hoy Taximaroa) hasta más allá de Apatzingán, tierra bella, fertil, rica y bien poblada. Su capital Tzintzontzan, que los mexicanos llamaban Huitzitzilla, estaba situada en la ribera oriental del lago bello de Pátzcuaro. Además de estas dos ciudades eran considerables las de Tiripitío, Zacapu y Tarécuaro.
- Plantas útiles por su raíz, hojas, tallo o madera
Por lo que mira a las plantas recomendables por su raíz, hojas, tallo o madera, tenían muchísimas que les servían de alimento como la xícama, el camote, el huacamote, el yexóchitl, el cacomite, el quauhquilitl, el iztacquilitl, el xoxocoyolli y otras, o que les proveían de hilo para tejidos o para cordaje, como el icxotl y varias especies de maguey o pita, o de cuya madera se aprovechaban para su obras de arquitectura o de carpintería, como el cedro, el pino, el abeto, el ébano, etc.
La jícama, que los mexicanos llaman catzotl, es una raíz de la figura y magnitud de la cebolla, toda blanca y compacta, fresca, suculenta y gustosa, que se come siempre cruda. El camote, que es de la clase de las patatas, es una raíz comunísima en aquel reino. Hay tres especies diferentes en el color, una blanca, otra amarilla y otra morada. Es de un bello gusto cocido o asado, especialmente el de Querétaro, que es justamente celebrado en todo el reino.
- Cuadrúpedos del reino de México

Los primeros nomencladores españoles, más prácticos en el arte militar que en la historia de la naturaleza, en vez de retener los nombres que los mexicanos daban a los animales propios de su país, llamaron tigres, osos, lobos, perros, ardillas, etc., a varios animales de muy distinta especie, o por la conveniencia en el color de la piel o por la semejanza en algunas facciones o por la uniformidad en ciertas operaciones (. : .)El ahuízotl es un cuadrúpedo anfibio que vive en los ríos de tierras calientes. Su cuerpo tiene un pie de longitud; su hocico es largo y agudo y su cola grande. El color de su pelo es variado de negro y pardo oscuro. El huitztlacuatzin es el puerco espín de México. Es de la grandeza de un perro mediano, al cual se asemeja en la cara, aunque aquél tiene más romo el hocico; sus pies y piernas son bien gruesas y su cola proporcionada. Todo su cuerpo, a excepción del vientre, de la parte posterior de la cola y de la interior de las piernas, está armado de púas o espinas huecas, agudas y largas como unos cuatro dedos; su cara y hocico cubiertos de unas cerdas largas y rectas que, sobrepujando su cabeza, forman una especie de penacho, y todo el cuerpo cubierto de un pelo negro y suave. Se mantiene de los frutos de la tierra.
- Insectos de Anáhuac
Las especies de insectos que hay en los países de Anáhuac, no pueden reducirse a número; pero pueden dividirse en tres clases, en volátiles, terrestres y acuátiles. Entre los volátiles hay escarabajos, abejas, avispas, moscas, mosquitos, mariposas y langostas. Los escarabajos son de diversas especies, pero lo más inocuos. Hay unos verdes a los cuales dan los mexicanos el nombre de mayatl, que hacen un gran ruido al volar y sirven de diversión a los muchachos. Otros hay negros, que llaman pinacatl, hediondos y de figura irregular. El cocuyo o escarabajo luminoso, que es el más notable, se halla mencionado por varios autores; pero ninguno he visto que los describa.
- Dogmas de su religión
Tenían los mexicanos idea, aunque imperfecta, de un Ser Supremo, absoluto e independiente, a quien confesaban deberle adoración, respeto y temor. No le representaban en figura alguna porque lo creían invisible, ni le llamaban con otro nombre que con el común de Dios, que en su lengua es teotl, más semejante aún en su significación que en su articulación al theos de los griegos; pero le daban varios epítetos sumamente expresivos de la grandeza y poder que de él concebían. Llamábanle Ipalnemoani, aquel por quien se vive, y Tloque Nahuaque, aquel que tiene todo en sí. Pero la noticia y el culto de este Sumo Ser se oscureció entre ellos con la muchedumbre de númenes que inventó su superstición. Creían que había un mal espíritu enemigo de los hombres a quien daban el nombre de tlacatecolotl (búho racional) y decían que frecuentemente se les aparecía para hacerles daño o aterrarlos.
- Los dioses del vino, la sal, la caza, la pesca y la medicina
Tezcatzoncatl, dios del vino; por los efectos que el vino causa, le daban otros nombres como el de Tequechmecaniani, el ahorcador, y el de Teatlahuani, el ahogador. Tenía templo en México y le celebraban fiesta a él y a otros dioses que le daban por compañeros en el mes XIII. Había 400 sacerdotes consagrados a su culto. Huixtocíhuatl, dios de la sal y célebre entre los mexicanos por las muchas salinas que tenían cerca de la capital. Hacíanle fiesta en México en el VII mes. Tzapotlatenan, diosa de la medicina, decían que ella había sido la inventora del aceite que llaman oxitl y de otras medicinas utilísimas; celebrábanla anualmente con sacrificios de víctimas humanas y con himnos particulares que componían en su alabanza. Tlazolteotl (dios de la basura), que invocaban los mexicanos para obtener el perdón de sus pecados y para evitar la infamia y otros daños que podían ocasionarles sus culpas. Los lascivos le eran especialmente devotos y procuraban merecer su protección con sacrificios y ofrendas. Xipe, dios de los placeres, muy honrado y temido de los mexicanos porque creían que a los negligentes en su culto castigaba con varias enfermedades, especialmente con sarna, apostemas y males de ojos y de cabeza, y por tanto se excedían en la crueldad de los sacrificios que hacían a su honor en la fiesta que celebraban en el mes segundo.











