Que sean amarillas y no de otro color es algo que tenemos asimilado. Pero no siempre fue así.
En los inicios de este llamado deporte blanco, las pelotas eran en su mayoría blancas, e incluso negras en alguna ocasión. Entonces… ¿por qué se cambió?
El motivo es ajeno al propio deporte.
Ocurre que, con la popularización de la televisión en color en los años 70, el seguir la trayectoria de la pelota resultaba mucho más difícil para el espectador.
Cuando se trasmitía en blanco y negro, que la pelota fuera blanca era ideal. Se veía perfectamente y no había problema en seguir su trayectoria. Pero con la llegada del color, esto cambió.
Los televidentes se quejaban de que, a color, ya no se distinguía tan bien la pelota y a raíz de las numerosas quejas que recibieron por parte de los espectadores. Esto provocó una investigación cuyo resultado fue que el amarillo era el color más óptimo para teñir las pelotas de tenis.
Así que la ITF (Federación internacional de tenis) cambió en 1972 al color amarillo, siguiendo los resultados de un estudio que mostró que este tono hacía a las pelotas más visibles para la audiencia, en concreto un amarillo algo chillón que recibe el nombre de amarillo óptico.
El cambio no fue radical, si no que se fue realizado poco a poco a lo largo de los años. Los últimos en adoptar el cambio fueron los británicos en su torneo de Wimbledon 14 años más tarde.
El color no es el único factor inquebrantable que han de tener las pelotas de tenis. Como es lógico, la Federación Internacional de Tenis también tiene reglamentado el peso de las bolas, que oscila entre los 56 y los 59 gramos; y su diámetro es de 6.5 centímetros.