Durante el año 1909 hubo un excedente de uva, que obligó a los cosecheros a ingeniárselas para sacar su excedente de producción.
Así que recurrieron a una estrategia de mercadotecnia, que dieron pie a la tradición de comer 12 uvas durante la cena de año nuevo.
Resulta que durante el último cuarto del siglo XIX, era costumbre entre la burguesía y las clases altas despedir el año con uvas y champan, tras una cena compuesta, normalmente, de las mejores carnes de ave y los más suculentos mariscos.
A partir de esta tradición, los agricultores decidieron conminar a la gente a que comprase uvas a un buen precio para que simularan esta tradición de las clases más favorecidas como un ritual que traería buena suerte.
El plan resultó todo un éxito pues pudieron librarse del excedente de la fruta y popularizar una costumbre que desde entonces lleva celebrándose año tras año.