Gracias a la histeria masiva y la sugestión colectiva, en la Edad Media cientos de miles de mujeres fueron quemadas en la hoguera, acusadas de practicar la brujería. La Inquisición actuaba basada en las supuestas pruebas ofrecidas por los testigos, que estaban seguros de la condición de “bruja” de las acusadas.
Son muchas las leyendas e historias que se cuentan sobre las brujas, se les describe con verrugas horribles, escobas voladoras, gatos negros que las rondan y hasta oscuros pactos con el Diablo. Se las asocia muy a menudo con maldad y con oscuridad, tal vez porque se dice que solo salen de noche.
Pero la verdad es que estas denominadas brujas solo fueron mujeres ateas que no adoraban a un dios, y ese paganismo tuvo un precio demasiado alto para muchas.
Las brujas no eran personas malas ni feas, como las ha descrito la literatura universal, sino mujeres generadoras de un conocimiento específico. En el medievo, cuando predominaba un modelo social masculino, el saber de las brujas fue considerado amenazante, por lo que fue perseguido y destruido junto con ellas en las hogueras.
Así que no te fíes de las historias en donde las brujas vuelan sobre una escoba, eso es sólo un mito que perdura hasta nuestros días.
Las Brujas de Salem
Si bien las brujas no existieron como tal, la siguiente historia le dio la vuelta al mundo y se conviertió en la historia de “brujas” mas famosa de la inquisición.
La mañana del 20 de enero de 1692 en Nueva Inglaterra, Estados Unidos, dos niñas, Betty y Abigail Williams, empezaron a sufrir ataques, desmayos y comportamientos extraños, de tipo epiléptico.
Los colonos, doctores y autoridades juzgaron que eso era obra del Diablo e instaron a las niñas a confesar quién creían que era la causa de sus padecimientos. Las niñas, al verse acorraladas, acusaron a su nana; una esclava negra, a Sarah Good, una pobre pordiosera y a Sarah Osburn, mujer que nunca iba a la iglesia.
En febrero de 1692, las tres mujeres fueron juzgadas preguntándoles si tenían contacto con el Diablo y, acto seguido, las obligaron a confesar afirmativamente, «ya que ésta era la única forma para salvarse», si no lo hacían serían condenadas a la horca. Las dos Sarahs lo negaron todo; sólo la nana, por miedo a ser asesinada, confesó ser bruja.
Debido a la confesión de la nana, las tres mujeres fueron encarceladas y posteriormente quemadas vivas. Los relatos de la posesión diabólica y de las tres brujas corrían de boca en boca en el poblado, por lo que pronto otras niñas mostraron los mismos síntomas y, a su vez, acusaron a otras mujeres, lo que dio por resultado una oleada interminable de juicios condenatorios.
Y aunque parezca una burla para las familias afectadas por estas muertes, años más tarde los jurados de estos mismos juicios firmaron una “confesión de error” y suplicaron clemencia por haber condenado a muerte a tantos inocentes.