El 23 de agosto de 1973, la joven Kristin Enmark vivió la experiencia más aterradora de su vida. Retenida por dos asaltantes en un banco, se vio obligada a obedecer cada una de sus órdenes para salir sana y salva. Sin embargo, no era odio lo que sentía hacia ellos. Todo lo contrario: Kristin llegó a encariñarse con sus captores hasta el punto de defenderlos ante la Policía. Su caso dio lugar al descubrimiento del síndrome de Estocolmo, una reacción que rompió con todos los principios psicológicos de la época.
El suceso tuvo lugar en un banco de crédito de la capital Sueca: Estocolmo. Un hombre armado disparó contra el techo y tomó como rehenes a los presentes. Su nombre era Jan Olsson. Sus exigencias, dinero y la liberalización de Clark Olofsson, uno de los más temidos delincuentes del país.
Para facilitar la negociación, las fuerzas de seguridad permitieron que Olofsson entrase en el establecimiento. Lejos de apaciguar los ánimos de Olsson, el criminal sueco se puso a los mandos del atraco, que tardaría seis días en ser aplacado.
La facilidad de Olofsson para hacerse con el mando de la situación conmocionó a Kristin Enmark, quien, pese al miedo, tenía la percepción de que ese hombre no le haría daño en ningún momento: «No era confianza, pero sentía que quizás debía respetarlo ya que tal vez podría hacer algo por nosotros», ha confesado a la BBC.
La mujer, que en aquel entonces tenía 23 años, ha señalado a la cadena británica que, si bien sentía pavor de Olsson, sus sentimientos hacia su compañero eran muy diferentes: «Me acogió bajo su manto protector y me decía “a ti nada te va a pasar”. Es difícil explicar a gente que no ha estado en esa situación cuán significativo fue eso para mí. Sentía que le importaba a alguien. Quizás era un tipo de dependencia».
El atracador no solo llegó a confraternizar con Enmark, sino también con el resto de prisioneros. Sven, otro de los rehenes, afirmó una vez fue rescatado que sentía gratitud hacia sus secuestradores a pesar de que uno de ellos amenazó con dispararle en una pierna para demostrar a las autoridades que iban en serio.
Al sexto día, los agentes consiguieron entrar en el banco y desarmar a los asaltantes con gas lacrimógeno. Olsson fue condenado a 10 años de cárcel. Oloffson, que fue juzgado como cómplice, a seis. Tiempo después, asegurarían a la prensa que no fueron capaces de asesinar a los retenidos porque se habían convertido en sus amigos.
Durante todo el proceso judicial, los secuestrados se mostraron reticentes a testificar contra los que habían sido sus captores y aun hoy manifiestan que se sentían más aterrados por la policía que por los ladrones, quienes los retuvieron durante casi una semana.
Así, los criminólogos fueron acuñando el término: “Síndrome de Estocolmo” para referirse a cualquier situación en donde el rehén se encariña con su captor.