LA DANZA CONTEMPORÁNEA EN MÉXICO
La danza es una actividad que se realiza desde tiempos muy antiguos, que tiene la finalidad de “expresarse y comunicarse”, según apuntó el crítico especializado Curt Sachs, en su libro Historia Universal de la danza. Para este investigador, “la danza define o marca perfectamente los roles sexuales, haciendo diferencia entre las danzas femeninas y las masculinas”. La idea principal de Curt Sachs es que “la danza existe en todos y cada uno de los lugares del mundo, y para todos los individuos y grupos sociales, de acuerdo a su historia”.
En la cultura griega, la danza está marcada por movimientos suaves, delicados y fluidos; que muestran la femineidad en honor al dios Dionisio. Sin embargo, en las danzas de algunos estados de México como Guerrero, es muy popular la danza masculina llamada “Diablos”, que generalmente se presenta durante la festividad del día de muertos. En la danza “Diablos” los movimientos de los danzantes son fuertes, llenos de energía, y casi siempre pesados hacia el piso, con la intención de “llamar al demonio”.
En México, Alberto Dallal –uno de los más grandes investigadores y críticos de teatro y danza de nuestro país, premio Magda Donato 1979 por su libro La danza contra la muerte, y miembro permanente del Instituto de Investigaciones Estéticas— sostiene fundamentalmente que “la danza es una experiencia viva, irrepetible y arriesgada, que parte de la naturaleza de su ser original”.
En sus largos y profundos estudios sobre la danza, muchos de ellos contenidos en la obra Cómo acercarse a la danza, libro publicado por Conaculta y Plaza y Valdés en 1988, Alberto Dallal destaca que el Movimiento Mexicano de Danza Moderna tiene su máxima expresión entre 1940 y 1960. En esos años florece en México una verdadera oleada dancística, teatral y “de concierto”. Surge con grandes figuras de la coreografía, la ejecución, la música, el diseño, la fotografía y la literatura. Talentosas mujeres como Ana Mérida, Guilllermina Bravo, Josefina Lavalle, Rosa Reyna, Evelia Beristáin, Magda Montoya y Elena Noriega, marcaron el arte mexicano de la danza con sus obras, sus ideas, sus trabajos y su gran capacidad de organización.
Destacaremos ahora, brevemente, la trayectoria de una de estas grandes maestras de la danza contemporánea, Guillermina Bravo, quien falleció apenas el 6 de noviembre pasado poco antes de cumplir los 93 años de edad.
GUILLERMINA BRAVO… Bailarina, maestra, coreógrafa, fundadora de instituciones y protagonista destacada de la danza mexicana
En la historia de la danza contemporánea del siglo XX, Guillermina Bravo destaca por haber sido una de las protagonistas más grandes de la danza mexicana. Desde 1939, cuando conoció a la legendaria Waldeen, se involucró de lleno en la danza, arte que convirtió en la gran pasión de toda su vida. La “bruja de la danza”, como fue llamada con gran respeto y admiración, fue directora y fundadora –junto con Ana Mérida—de la Academia de la Danza Mexicana, y con Josefina Lavalle, formó en 1948 la Compañía de Ballet Nacional en la ciudad de México, la cual llevó a Querétaro desde 1991, ciudad en donde estableció también el Centro Nacional de la Danza Contemporánea.
Su trayectoria estuvo marcada por su perseverancia y tenacidad, y cada una de sus propuestas coreográficas dio vida a la danza profesional del país. Guillermina Bravo se destacó lo mismo por hacer coreografías con temas nacionalistas que urbanos, motivos mágico-rituales tomados de mitos indígenas, composiciones para solistas, piezas sobre el amor y la muerte, sin olvidar las indagaciones épicas, históricas y literarias. Entre sus obras memorables figuran El paraíso de los ahogados (1960); Juego de pelota (1968); Sobre la violencia (1989); y Entre dioses y hombres (1991).