La década de 1960 fue un punto de no retorno en la vida del siglo XX. Dejando atrás al fantasma de la última gran guerra, la juventud buscó (y encontró) nuevas formas de incidir y hasta influir en todo el mundo. No solo la moda, con sus diseños psicodélicos y de colores vibrantes, ni solo la música, con propuestas más frescas, menos solemnes y mucho más atrevidas en los ritmos y en letras; también en la cultura, el cine, la literatura (en México surgió el movimiento llamado “Literatura de la Onda”), la fuerza laboral, el ámbito profesional y económico.
A la par, o como consecuencia de todo esto, en todo el mundo se vivieron momentos convulsos y complicados protagonizados por jóvenes desde su hábitat natural: las universidades. Desde Europa hasta América del Sur, pasando por los Estados Unidos, surgieron movimientos estudiantiles que tenían un común denominador: la lucha contra los convencionalismos, empañada por la represión autoritaria, que funcionó con la misma violencia e intolerancia en cualquier latitud.
En México, tales tendencias coincidieron con un gobierno particularmente autoritario, cargado de tensión por la responsabilidad enorme de la organización de los XIX Juegos Olímpicos de la era moderna, y con ella, la de alimentar y conservar la reputación mexicana de estupendo anfitrión.
Esa coyuntura dio pie a uno de los episodios más intensos y controvertidos de nuestra historia: el Movimiento social – estudiantil de 1968, que en escasos 3 meses transformó la vida nacional.