Poema “No me Verás Morir” de la escritora zapoteca Irma Pineda.
GUENDAGUTI STI’ BINNIZA, RAA GUIDXI GUISI’I LULAA
La muerte de los zapotecas en Tehuantepec, Oaxaca
Por Mario Mecott Francisco
Hasta para morir en el Istmo de Tehuantepec, es hermoso y alegre”, dijo así un fuereño que casó y pidió lo sepultaran en la tierra de su amada, donde solicitó descansar eternamente -y no en las lejanas tierras donde nació-… Pidió quedarse en Tehuantepec.
El famoso pintor español Raúl Anguiano nos confirma este sentimiento compartido en aquella hermosa obra que nos legó cuando el cortejo atravesaba el pueblo entre llantos de las mujeres y las lánguidas notas de la banda de música que despedía al zapoteca camino al cementerio. Y es que en el Istmo nuestro, para cada momento de la vida existe la música que arrullan los oídos de sus orgullosos habitantes. La música nos acompaña de la cuna a la tumba.
Somos y seguiremos siendo una región de música de viento, músicos que desgranan su corazón contagiados por el momento en el que participan en velorios, entre “sorbos de café y mezcal”: Música sacra, boleros, sones, marchas fúnebres y música “alegre” que fue del gusto del difunto.
En Tehuantepec, los momentos solemnes de la vida de los Binni Zá están regidos por el antiguo rito zapoteca, que se amalgamó con el cristianismo a la llegada de los misioneros dominicos quienes evangelizaron esta región y que más tarde la gente nuestra la acogió y la hizo suya.
Es costumbre que se hizo ley, que antes de iniciar el rito sacro, se interprete “Fili” frente al altar familiar. Cuando la banda de música ejecuta sus notas, la tehuana rompe en llanto, y es entonces cuando el difunto se hace santo. “Fue hombre bueno” –dicen-, fue un “gran hombre, un gran esposo”, de allí que su fotografía se coloque en el altar con las imágenes más cercanas a su religiosidad.
Llegan luego los xuáanas del barrio hacer la “obligación”, que consiste en incensar el altar familiar y al cadáver que descansa ya entre el perfumado copal y las flores exóticas del Istmo de Tehuantepec: el eneldo, la azucena, el nardo (guie’ ga’na), el corozo (guie’ bigaragu), el guie’ dáana (cordoncillo), el albahaca (guie’ stiá) y los cuatro gruesos cirios que custodian el féretro.
Conocedoras las vecinas, se acercan, arreglan el altar, amortajan el cadáver a la usanza nuestra: con traje bordado de tehuana o enagua de holán y huipil. Cubren la cabeza con el huipil grande, el “bidani roo” tradicional, que le rodea el rostro con el encaje almidonado del cuello, que lleva como toca.
Para trasladar el cadáver, existe una estructura de madera, llamada “anda”, especie de mesa rectangular que se reviste con una sábana blanca al que adaptan ramos de flores blancas con “palmitas” que cuelgan, y sobre ella un antiguo tápalo negro en el que hacen descansar el féretro, que es trasladado por los familiares y amigos de su domicilio al cementerio, costumbre que contrasta con el mundo moderno que por cuidar su estatus social, prefieren una fría carroza para el traslado fúnebre que le da elegancia, pero para las familias tradicionales y de abolengo, prefieren cargarlo al hombro, turnándose los amigos y familiares en el camino, y ello manifiesta que el difunto fue querido por la sociedad que es la que lo lleva a su última morada.
XANDU’
Las celebraciones de todos santos es una tradición prehispánica que se consolidó con la llegada de los misioneros dominicos debido al sincretismo de la cosmovisión zapoteca y de la religión católica traída por los conquistadores europeos.
El zapoteca del Istmo de Tehuantepec ha estado siempre preparado para la muerte aun cuando no la desee. Se dice que no le tiene miedo a la muerte, más bien la respeta.
Los días en quien se celebran los todos santos son los días primero y dos de septiembre: el primero para los angelitos y jóvenes difuntos y, el segundo para personas mayores. Armándose la ofrenda un día antes y nueve días antes el novenario.
El altar tradicional debe armarse en forma piramidal con los escalones de acuerdo a la economía familiar. Se ha inventado darle a cada escalón un significado que en la región istmeña no existe, ello pues, corresponde a las culturas occidentales y no a la nuestra.
Las ofrendas deben colocarse de manera simétrica desde abajo hacia arriba del altar. Las ofrendas y demás aditamentos, podemos clasificarlas de la siguiente manera:
Flores: flor de muerto, cresta de gallo y hojas de “coquito”
Frutas: naranjas, tejocotes, manzanas, mandarinas, naranja lana (racimitos), lima (racimitos), caña en pedazos, cacahuate, nuez.